«Dios, al ser Amor, es también felicidad» L.103
La afirmación de hoy no deja lugar a dudas acerca de nuestro estado natural y de nuestro derecho a ser felices. Sabemos que esta afirmación es cierta, y la aceptamos plenamente cuando se trata de nuestro Padre. ¿Porqué cuando se trata de nosotros no nos permitimos aceptarlo? Tenemos arraigada la creencia de que esto sucederá en un futuro, pero lo vamos posponiendo para no permitir que suceda ahora. Ahí está la trampa del ego: busca pero no halles.
En ocasiones es mejor pararse y respirar, en lugar de enfrascarnos en un incansable auto-análisis indagatorio. Nos contamos que es parte del trabajo aquí, pero las redes del ego no pierden la ocasión de apropiarse de todo. Te cuentan que debes seguir indagando para sanar: eres tan miserable que no mereces un segundo de paz en este mismo instante. En lugar de pararnos a sentir la felicidad de lo que somos, la encerramos en una caja con cadenas en el futuro, y nos encargamos de que esté lo suficientemente inaccesible como para poder seguir llevando la razón de nuestras miserables existencias.
«La Voluntad de Dios para mí es perfecta felicidad.» (L.101)
«Soy tal como Dios me creó. Su Hijo no puede sufrir. Y yo soy Su Hijo.» T.31.VIII.5:2-4
«Mías son la paz y la dicha de Dios.» (L.105)
¿Cuántas más frases del curso tenemos que repetir para recordarlo? ¿Estás dispuesto hoy a permitirte ser feliz?
La felicidad es tu estado natural
«Sé feliz, pues tu única función aquí es la felicidad.» (L.102.5:1)
La felicidad no está en el mundo, ni en lo que nos sucede, ni en lo que otros nos dan. Está dentro de nosotros, esperando a que la elijamos.
Un bebé riendo al verse en el espejo no necesita nada más. No se juzga, no analiza, no busca aprobación. Simplemente se reconoce y se alegra de existir.
Nosotros también podemos hacer lo mismo. La felicidad es nuestra función, y no depende de nadie más que de nosotros.
Si hoy recordaras que tu única función es ser feliz, ¿qué elegirías hacer diferente?
